"...No le dejarás otra elección y el sentido de todo caerá por su propio peso,
rompiéndose en pedazos, en piezas de puzzle. [...] Será ese preciso momento
cuando dejes de entender y empieces a sentir; cuando dejes el puzzle
sin hacer porque comprendas que es así como se hace."



jueves, 25 de febrero de 2010

Samanta.

- Estaba orgullosa, lo reconozco. En el momento no me di cuenta, pero me sentí aliviada destrozando la mentira que habíamos ido construyendo a base de frustraciones. ¿Debí no haberme mordido la lengua? Samanta y yo habíamos nacido para chocar, mutilarnos mutuamente de forma inconsciente. Allá a donde fuera yo, allí estaba Samanta y viceversa. No hacían falta palabras, miradas o contacto físico. Con sólo su presencia, se fabricaba un traje arrancandome la piel a tiras.
- ¿Y por qué dejaste que todo llegara a ese punto, Cloe?
- Practicamente no pude evitarlo. Eramos como dos imanes que se atraían, pero lo hacían de tal forma que se destrozaban en el impacto. El caso es que invadía mi espacio personal. Llegó a creerse que era yo, y a convencerme de que yo no era nadie, todo con una sonrisa en la cara. Me irritaba demasiado su existencia, así que decidí borrarla de mi mundo. Sí, cogí la goma de borrar y aparentemente desapareció. Me sentí orgullosa. Pero los surcos de su silueta quedaron marcados en el papel, y cada vez que me disponía a dibujar algo nuevo, ahí estaba Samanta, observando con esa sonrisa picarona, casi burlesca. Quería matarla y al mismo tiempo me apiadaba de ella. A veces la confundía conmigo misma y me odiaba por ello. Y a ella también. Porque yo no era como Samanta ¿vale? Eramos totalmente distintas. Tanto que parecíamos iguales. Algo parecido me había pasado con Luna, pero esa es otra historia. De Samanta podía separarme perfectamente. Era ella con sus juegos, o una fuerza mayor, tal vez el destino, el que me mantenía atada a ella.